Sé que suelo ser críptica en mis escritos; incluso, si es que tal cosa se puede decir, tiendo a serlo mucho más en la poesía. Hay una razón: no sé qué hacer con una cosa que camina, duerme, come, respira, defeca, llora, siente asco, se siente sola y todo eso sin querer, como por hacer algo.
Intento, lo hago lo mejor que puedo, explicarme porque así me lo exije la tenencia (y la querencia además) de lo ajeno. Odio estar necesitando cuerpos, odio no saber nombrarlos, odio que su mismo nombre "pánico" signifique "aquello que se desconoce". Sí... Mis conatos son muy somáticos, de eso que llaman cuerpo, lo indescriptible, de lo que no se habla, el último secreto. Quizá una prostituta podría hablar con la verdad de un cuerpo archiconocido no sólo por ella sino por las caricias habituales y más bien poco deseadas. Dice Rayénari López en un poema "las putas no pueden escribir historias de amor" y me parece que es Onetti quien dijo en una entrevista que "las mujeres honradas no tienen historias". Bueno, pues ni soy prostituta ni soy mujer honrada al entero, ando por ahí con nauseas todo el tiempo y friego la paciencia de mis congéneres con las manos que bien podrían llamarse una Quiero y la otra Quiero. Las manos nombran en lo oscuro, dicen por ahí, así tocar es hacerse un camino donde lo demás es confuso. Pan, dios del cuerpo, manos, terrores ventrales viejísimos.
Pues bien, aunque a mis historias, me diría un profesor, "les falta carnita", bondades de la metáfora literal, supongo; esta vez quiero describir dos manos cansadas, desgranar el "aquello" de la tarde que estuvo en casa, llorar, reiterativamente, sobre el cadaver de la misma imagen vieja de la descompañía y de la presoledad. Y he dicho: "Parece que dos / es siempre suficiente / para escuchar un corazón / donde terminan las mangas cómplices". Siempre hablando en Fa. Qué horror. Como hablo desde la compañía musical, nadie me entiende. Y los que entienden pues no hacen esto de leer; más bien andan por ahí entrelazando dedos en divertimentos. Tengo un mes sin salir de casa y la vida debe andar por ahí fuera, en otra parte. Para los próximos escritos invocaré a Mnemosine y le pediré que retire sus favores. Hablar desde el olvido es deshacer cuerpo, ahogarse en Nada. Lástima lo de los espejos.
Felices descompañías.