miércoles, 31 de diciembre de 2008

En otras palabras

Sé que suelo ser críptica en mis escritos; incluso, si es que tal cosa se puede decir, tiendo a serlo mucho más en la poesía. Hay una razón: no sé qué hacer con una cosa que camina, duerme, come, respira, defeca, llora, siente asco, se siente sola y todo eso sin querer, como por hacer algo.

Intento, lo hago lo mejor que puedo, explicarme porque así me lo exije la tenencia (y la querencia además) de lo ajeno. Odio estar necesitando cuerpos, odio no saber nombrarlos, odio que su mismo nombre "pánico" signifique "aquello que se desconoce". Sí... Mis conatos son muy somáticos, de eso que llaman cuerpo, lo indescriptible, de lo que no se habla, el último secreto. Quizá una prostituta podría hablar con la verdad de un cuerpo archiconocido no sólo por ella sino por las caricias habituales y más bien poco deseadas. Dice Rayénari López en un poema "las putas no pueden escribir historias de amor" y me parece que es Onetti quien dijo en una entrevista que "las mujeres honradas no tienen historias". Bueno, pues ni soy prostituta ni soy mujer honrada al entero, ando por ahí con nauseas todo el tiempo y friego la paciencia de mis congéneres con las manos que bien podrían llamarse una Quiero y la otra Quiero. Las manos nombran en lo oscuro, dicen por ahí, así tocar es hacerse un camino donde lo demás es confuso. Pan, dios del cuerpo, manos, terrores ventrales viejísimos.

Pues bien, aunque a mis historias, me diría un profesor, "les falta carnita", bondades de la metáfora literal, supongo; esta vez quiero describir dos manos cansadas, desgranar el "aquello" de la tarde que estuvo en casa, llorar, reiterativamente, sobre el cadaver de la misma imagen vieja de la descompañía y de la presoledad. Y he dicho: "Parece que dos / es siempre suficiente / para escuchar un corazón / donde terminan las mangas cómplices". Siempre hablando en Fa. Qué horror. Como hablo desde la compañía musical, nadie me entiende. Y los que entienden pues no hacen esto de leer; más bien andan por ahí entrelazando dedos en divertimentos. Tengo un mes sin salir de casa y la vida debe andar por ahí fuera, en otra parte. Para los próximos escritos invocaré a Mnemosine y le pediré que retire sus favores. Hablar desde el olvido es deshacer cuerpo, ahogarse en Nada. Lástima lo de los espejos.

Felices descompañías.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Si Si Mi Sol

Pago las horas tejiéndome el yoquesé en la vagina, lo lamento desde el vientre. Lamento que las horas pasen como leche bajo mis pies y la cacería repetitiva de las ensoñaciones. Morir peleando, eso es, inclinada sobre el fregaplatos cuando es noche de concierto. Caber con sorpresa entre la ropa sucia y la pared, encontrar al dios en el quita esmalte que huele a nieve. Hay que pensar que si cruzas los brazos parece que no fuese el ser masturbándose mientras mira las mismas comiquitas de ayer. Morir como flor de papel tapiz, morir con los labios rotos, el plagio de la semilla en el beso del traficante, bogar porque el sufijo -nza se escriba siempre con letras blancas. Si fuese menos cosa de muerto o de piedra entonces cogería con más ganas, con el dejo de humanidad requerido. Pero entonces se yerguen los espejos en lo que tendría que ser una pared; en los espejos va escrita la clave normal de las hojas que verdean alegremente: sí, sí mi sol, lo que sea menos quedar sola en melodías. Llevo demasiado tiempo sin azularme, me pongo a lamer el frío de las paredes. Me convertiré en esposa corriente de trajecillo ajustado, haré como que no escucho y se la chuparé a unos cuantos a cambio de algo de amor barato en la nuca. Moriré peleando por un poco más de vida porque para el horror no hay solución, sólo consuelo.
Dd.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Consuelo - Nos talgia el mito

Esa noche la Luna parecía brillar con más fuerza que antes, ya no se escondía.
Era el borde del agua y a esos momentos se los llamaba luz, el agua era de plata y los momentos la acariciaban, los momentos que eran como de luz derretida. Muy cerca, susurrando, Psique se guardaba de ser discreta, parecía que todos los ojos, que todos los alientos eran para ella, para sus manos ajadas que ya no podían sentir. Más tarde ella debía continuar con su tarea, porque ella había sido mala, había visto, tenía la luz y eso le había supuesto ese castigo. Pero ya no importaba.
Psique hablaba con el agua, muy rápido, pidiendo misericordia a Dioses que sabía que le eran indiferentes, pero ya no importaba. El agua y sus momentos parecían también indiferentes a los dioses mientras lavaban con ternura la sangre de sus llagas. La sangre fluía... Llorando, Psique formuló un último deseo: que nunca hubiese tenido que llevar en sus adentros esa cosa, ese resto de Él que le traía recuerdos angustiosos. Pidió que no doliera más, pidió que ya no hubiese más nada para ella.
La Luna estaba desnuda y tenía pena, por eso se escondía entre las nubes. Con sus susurros, mientras se hundía en los momentos y la luz le acariciaba el rostro, la sangre pareció dejar de sonar y hacerse tiempo. Pan la miraba divertido desde el otro lado de la ciénaga estrecha, observaba su desnudez, tan semejante a la de aquella a quien gritaba obscenidades alegremente: Selene, tus rayos, me queman, Selene, arrópame, maldita, te amo.
-Estás desnuda.- dijo el dios y Psique se irguió para coger el manto azul que estaba desparramado en la tierra; se sentía terriblemente avergonzada, ella creía que estaba sola. - Eres tonta Psique- siguió, encaramandose en un pedrusco cercano a la orilla -parece que fueras fruta pelada y vas y te ahogas en la plata, te pones a llorar donde ya hay agua-. Psique no sabía hablar con él, sus pies no eran pies sino patas y todo él emanaba una especie de maldad. O eso era lo que le parecía a ella, aterrida de frío.
- Psique, ¿te cuento algo? - seguía - Los dioses están ciegos y sordos a tí, eres una suciedad especialmente olorosa aunque pequeña en las uñas de sus olímpicos pies. Pan reía por lo bajo mientras se acercaba encorvado y feo hacia los momentos. -Es ahora cuando podemos jugar, mortal, es ahora cuando puedes lavarte, ¡Ve y corre asna estúpida! Los dioses envidian a los mortales porque sus momentos son más preciosos, porque cada uno puede ser el último y el placer es más hondo, más delicioso-. Ahora la Luna había salido, su brillo parecía menos, como si estuviese sonriendo. Pan alzó la vista, sonrió y dió varios saltitos como celebrando la luz tenue. -Agárrate fuerte a esos momentos Psique, esa plata y yo vamos juntos, - dijo entorvando la sonrisa - pero tu sino es menos tortuoso; ya he visto como te miran y me he reído mucho, muchísimo. Ten- . De pronto Psique sintió un dolor en sus palmas y en su espalda, luego de su vientre apenas abultado nació un cosquilleo. Pánico. - Eso es todo lo que necesitas-. Pan se alejó tarareando.
Psique se vió a sí misma en la plata, más bien en el agua, y se recostó contra uno de los naranjos. Una flor rozó el dorso de su mano izquierda antes de tocar la tierra húmeda; era como si nunca se hubiese sentido a sí misma, como si el dolor amainara por un segundo y ella pudiera volver a mirar a Eros. Suspiró y se durmió casi sin notarlo. Arriba Selene se había vuelto a esconder.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Retorno

Hacer - volver.
Sobra, pon, coloquio interminable.
Dos cuadros, dos terrores,
dos corazones, dos soledades juntas
no hacen necesariamente una compañía.

Hacer-deshacer.
Derruir los geriátricos }Colócate en amor./Quieres sexo-libertad/sexo acompañado.

Volver-deshacer
la espera tejida y secreta.
Si insistimos e insistimos en la palabra
es porque sabemos que eventualmente
perderá su sentido

o perderá.

Y ya no nos duele como antes.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Una descompañía verde

Si hubiera habido frijoles la cosa habría estado mucho más patética. No había demasiado que acotar a esa noche, estaba oscuro pero en la plaza parecía que el miasma no había terminado de superar la copa de los árboles. La tarde se detenía por puntos en la habitación siempre en penumbras: bondades femeninas. Ya no teníamos ganas de morir, la vieja de al lado canturreaba sus versitos amarillos. Lo demás se restaba en el silencio. Despertar era una maldición allí. Domingueábamos, teníamos el consuelo de la sábana moteada de sangre. La piel de él olía al Mar, era inevitable, la piel de él olía al mar, la piel de él olía al mar... Lo salado del mar eran las cuatro de la tarde. Él era las cuatro de la tarde y era el mar, él era cuatro estupideces escritas en la arena, dos plegarias, una sed, la esperanza... Todo estaba perfectamente cosido entre las dos pieles. La frase que se gastaba ese día era, sin embargo, que no había, en el hombre, nada más profundo que la piel. Luego de la piel no había más que buscar. Habría que pedir prestados un par de ojillos azules para ver aquella escena: el calor huyendo de la cama espantado, la arena hallando poco a poco su lugar entre los pliegues de los genitales sin tocar, las latas tristonas, la televisión sin prender, la lluvia menuda anunciando victoria nocturna y la duda llena de costras haciendo muecas en el techo. Dormir como muy solo se había vuelto una especie de concesión para entonces, eso lo sabía. Olvidar a partir de un espejo era la virtud más grande, cosa inexplicable. Fue maravilloso arroparse así bajo la inconsciencia del mar sucio de noche. La piel de él olía al mar. El deleite, el destino del mundo tenía que ser algo parecido a acurrucarse con él mientras se ignoraba el pero-pero del techo. La piel de él olía a mar cuando apartó en sueños a quién sabe qué imaginarias moscas. Él era la sed. Levantarse a por té era un absurdo con su boca tan cerca, sin embargo, finalmente éramos así como absurdos. La noche estaba cubierta de lluvia. El té sabía innegablemente a ventana e incitaba al baño ancestral de los apolíneos. La consciencia del cuerpo se hacía cada vez más acuciosa, aun sin espejos. Yo bebía y bebía procurando no escucharla. Él tendría sed también, no había que bebérselo todo. Había que volver, eso sí, al terror casi conocido de su cercanía y posar una mano en el pecho, allí donde estaba la entrada al infierno, tan reiterativa y de tierra como siempre, aunque vapuleada por la sal. La piel de él olía al mar. Es curioso el entonces, porque todo ocurrió muy rápido: sus ojos se abrieron como asustados y se incorporó cubriéndose la cara, como si tanta noche fuera insoportable. Como un milagro voltea y reclama su sed. El té no tarda en llegar: bondades femeninas, otra vez. En aquel momento teníamos que haber estado comiendo frijoles, pero no cualesquiera, frijoles de esos que provocan tahílas y retahílas de pedos. No hubo, pero habría sido, ciertamente, una majestuosa coda final. Tendría que haber dejado madurar la idea de que dos soledades no hacen necesariamente una compañía y haber obviado la carcajada que se estaba dibujando como un sol negrísimo en el techo. - No eres lo que esperaba. No eres Ella. Por favor, no me guardes resentimientos. La piel de él olía al mar. Me arrojo al mar. El mar y su inconsciencia, cierra los ojos, respira la sal queriendo hacerlo, esboza una querencia de último abrazo y comienza a agradecer que al menos sea incapaz de distinguir sus dientes amarillos que tanto verso habían enseñado, su culo sin pedos pero mórbido por tanta celulitis, tan semejante a la Luna y sus mentiras. Me acosté a su lado sintiendo la descompañía venírseme encima como monstruo, puse la sábana sobre los dos intentando no saber que él lloraba. - No te preocupes que sentimientos no hubo nunca. Media sonrisa después, el destino finalmente nos alcanzó durmiendo en la misma cama.

martes, 9 de diciembre de 2008

Aquí nada más, latiendo.

Darle a la lata, dar la lata, latear(se), delatar, enlatar, latero, latir, latido, latencia. Me han dicho, qué cosa más extraña, que en algunas partes de este país cuando un perro ladra se dice que "late". Y calla a ese perro que tanto latido me tiene loco. Y dice el otro: "pero es que es lógico, cuando el perro ladra, late". Como el condenado sapo y la niñita pelirroja que en lugar de ponerse a latir como es debido, anda allí con un hip-o de lo más angustioso. Dificultad breve al respirar. Nada. Lat. Let. Lit. Lot. Lut. Y todos los derivados de estos morfemas, en cualquier idioma, son peripecias lingüísticas, cosa estúpida, encadenar signos uno tras otro para... Para algo será. Dice Juan Pablo que si no hay carencia no hay poesía, donde no hay poeta aquello está todo perfecto, un poeta útil para algo que no sea quejarse ¿dónde se ha visto a ese aberrado?. Yo suelo salir de esa clase con unas pulsiones sexuales un poco raras, pero muy intensas, muy honestas. Lo honesto en las noches de escuela parece vincularse fuertemente al cuerpo. Carencia y cuerpo llevan un mismo nombre en mi boca, lastimosamente. Él, que no late, parece sólo mediodía, aunque se presume el ritmo en la audición silenciosa, como de noche, de cosa oscura: Audivit quae no licet homini loqui. Y la Gloria suele resumirse en él. En esperar un abrazo al salir de clase, en llorar por el callar prolongado y los ratos enrarecidos de descompañías. Así él es también carencia, es una ausencia, es toda una cultura. También es el grandioso "Bah" dibujado en el cielo y la risita molesta, es lo que duele de noche buscando donde guardar lo que no se puede decir. Me quejo, me quejo, da igual. Llegará el punto en que pongamos los días sobre las enes. Dd.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Lila

Hace mucho tiempoúltimamente.
Cordas mochas, troncos cosidos,
unas colgadas, moradas, dejadas al unísono.
Correcta cara calada de frío. Dame sexo
niña del pueblo.
Tranquilo.
Costas comidas. Caerse es. Porque queremos ser así.
Destartalados imaginarios
entre la sal de las papas.

Y aquella que se desnuda en un hotel
va hacia abajo como un río,
disminuyendo un - córtame las alas -
re-córtame las alas;
y mira qué espacio tan lleno de aire tenemos hoy.

La coletilla dice que no se salvó.
Resto de las des-compañías
este silencio generacional.

martes, 2 de diciembre de 2008

Hace mucho tiempo últimamente

La sucesión instantánea de lo que llamamos vida no me alcanza para hacer un ensayo. Preciso, pobre costumbre de verso, tengo que venir a pelear con mi espejo. Mímesis concluyente. No sé hacerme con mis textos porque, en realidad, estoy algo anacrónica últimamente. Las esdrújulas me tienden trapos ya verdes de tanto que les han llorado y me despiden. Las graves son, naturalmente, más graves y las agudas sólo son bien crueles. No recuerdo haber comenzado a escribir ensayos. No cuerdo haber ensayado a reescribir comienzos. Porque el tiempo se puso a saltar el avioncito, la dichosa rayuela. Me veo desde atrás, como un tejido de quien espera. Estornudo, estornudo: casi se acaba la espera. Angst: Nada, nada en absoluto... Y la puerta tan estrecha, yo pensaba que estaba doblada. Siempre hubo puerta. Reiteración de la realidad: dos puertas que son la misma pero sirve una para entrar y la otra para salir. Los motivos perderán su sentido. Yo estoy quietecita entre las pausas, casi vidrios, me hago a la idea de la arena cristalina y Rafael susurra que no hay misterio, que el tiempo es Ella sobre la arena. Está cansada de espera(nza)r. El ensayo que no hago se llama "Ley de muerte". El ensayo, que no brota como cansino pétalo continente, trata sobre la vida llegando a su fin. Quiero desdibujar una frustración y no puedo, necesito hablar de la soledad y no puedo, porque para hablar (¡incluso para hablar solo!) se necesitan dos: uno que emite y otro que recibe: fundamental en el lenguaje esa otredad callada que asiente. Sin eso las cosas no existen, no tienen razón de existir. Hablar de la inminencia de la muerte es comentar un significante sin significado. Ella, que se queda tranquila sobre la arena, no sabe cómo acercarse. Mañana habrá una hoja de papel esperándome, como diciéndome: Raspa, paras. Te(eee)rror, terror. Hay una gentilidad que vive aun estando bien cerca de la muerte y hace, mide tempos con los pies. Supongo: un, dos, tres. Tap tipi tap tup. Y con aquella gracia traen al otro a colación: llegaste al hogar. ¿Cuál era la ley? Morir, ciclocidad, llegar, cumplir. ¿Hamartia es la Cosa? No, la Cosa es la de Gelman, luego la busco, no me olvido. ¿O si? Hoja de papel arrugada, intencionalmente dejamos de planchar la camisa y es un hecho social, no más calorcito mañanero, no más recuerdo de Casa. Malditos comienzos, palabras fértiles, ni me acuerdo ya qué es lo que paren, paran, paras, raspa. Correr a través del bosque huyendo de la noche prematura. Defenderse, ser fiero, aferrarse a la vida. Versar sobre la vida. Recorrer el recuerdo, hacer de la corredera una cuerda, una vez más, aferrarse, detenerse, atarse y hacerse a la idea de llegar a alguna parte, serenamente, pensando en que no eres ni el primero ni el último en hacerlo pero que sólo por poder contarlo eres una especie de héroe. Orden de los princesudos traseros esperanzados. La Ley es morir pero morir habiendo vivido, la ley es que, una vez solo y con la muerte lamiéndote los dedos de los pies, puedas sentir que sí, que últimamente hace mucho tiempo detrás de ti y seas capaz de dejarte, dulcemente, comer por los lobos. Pero siempre solo, cuando notas que ya no tienes cómo hablarte a ti mismo. ¿Para qué existir solamente solo? Buenamente, existe la literatura para trascendernos, si no, ensalada de loto y cura de tiempo. Que lastimosa inmortalidad de pocos pechos la que anhelamos. Mañana está casi aquí, qué premura. Casi creo que no escribiré nada.
Dd.