Esa noche la Luna parecía brillar con más fuerza que antes, ya no se escondía.
Era el borde del agua y a esos momentos se los llamaba luz, el agua era de plata y los momentos la acariciaban, los momentos que eran como de luz derretida. Muy cerca, susurrando, Psique se guardaba de ser discreta, parecía que todos los ojos, que todos los alientos eran para ella, para sus manos ajadas que ya no podían sentir. Más tarde ella debía continuar con su tarea, porque ella había sido mala, había visto, tenía la luz y eso le había supuesto ese castigo. Pero ya no importaba.
Psique hablaba con el agua, muy rápido, pidiendo misericordia a Dioses que sabía que le eran indiferentes, pero ya no importaba. El agua y sus momentos parecían también indiferentes a los dioses mientras lavaban con ternura la sangre de sus llagas. La sangre fluía... Llorando, Psique formuló un último deseo: que nunca hubiese tenido que llevar en sus adentros esa cosa, ese resto de Él que le traía recuerdos angustiosos. Pidió que no doliera más, pidió que ya no hubiese más nada para ella.
La Luna estaba desnuda y tenía pena, por eso se escondía entre las nubes. Con sus susurros, mientras se hundía en los momentos y la luz le acariciaba el rostro, la sangre pareció dejar de sonar y hacerse tiempo. Pan la miraba divertido desde el otro lado de la ciénaga estrecha, observaba su desnudez, tan semejante a la de aquella a quien gritaba obscenidades alegremente: Selene, tus rayos, me queman, Selene, arrópame, maldita, te amo.
-Estás desnuda.- dijo el dios y Psique se irguió para coger el manto azul que estaba desparramado en la tierra; se sentía terriblemente avergonzada, ella creía que estaba sola. - Eres tonta Psique- siguió, encaramandose en un pedrusco cercano a la orilla -parece que fueras fruta pelada y vas y te ahogas en la plata, te pones a llorar donde ya hay agua-. Psique no sabía hablar con él, sus pies no eran pies sino patas y todo él emanaba una especie de maldad. O eso era lo que le parecía a ella, aterrida de frío.
- Psique, ¿te cuento algo? - seguía - Los dioses están ciegos y sordos a tí, eres una suciedad especialmente olorosa aunque pequeña en las uñas de sus olímpicos pies. Pan reía por lo bajo mientras se acercaba encorvado y feo hacia los momentos. -Es ahora cuando podemos jugar, mortal, es ahora cuando puedes lavarte, ¡Ve y corre asna estúpida! Los dioses envidian a los mortales porque sus momentos son más preciosos, porque cada uno puede ser el último y el placer es más hondo, más delicioso-. Ahora la Luna había salido, su brillo parecía menos, como si estuviese sonriendo. Pan alzó la vista, sonrió y dió varios saltitos como celebrando la luz tenue. -Agárrate fuerte a esos momentos Psique, esa plata y yo vamos juntos, - dijo entorvando la sonrisa - pero tu sino es menos tortuoso; ya he visto como te miran y me he reído mucho, muchísimo. Ten- . De pronto Psique sintió un dolor en sus palmas y en su espalda, luego de su vientre apenas abultado nació un cosquilleo. Pánico. - Eso es todo lo que necesitas-. Pan se alejó tarareando.
Psique se vió a sí misma en la plata, más bien en el agua, y se recostó contra uno de los naranjos. Una flor rozó el dorso de su mano izquierda antes de tocar la tierra húmeda; era como si nunca se hubiese sentido a sí misma, como si el dolor amainara por un segundo y ella pudiera volver a mirar a Eros. Suspiró y se durmió casi sin notarlo. Arriba Selene se había vuelto a esconder.
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