viernes, 14 de agosto de 2009

Revolver

Qué cosa más curiosa es quedarse de pronto sin nada qué decir. Agrada a la piel oir el pensamiento hecho palabra, la palabra escrita u oral, la hechura de realidad cuando lo que se expresa es el estado más próximo a aquel que es honesto y para el cuál no encuentro todavía la palabra justa al español.

Ser, como por casualidad, por error es estar un poco muerto. Parece estar un poco muerto. Es haber estado un poco muerto y tener ganas de vivir pero haber olvidado como llamar a las cosas vitales. El asunto verdaderamente importante es que, sin importar cuan innombrables nos sintamos siempre volvemos; hay un revolver que es necesario a toda cosa humana y está en la esencia de la caricia, del consuelo.

De pequeña, siempre antes de dormirme, inventaba historias de vidas alternas a la mía. Eran patrones de felicidad que venía del asco y del error, siempre extraordinaria, siempre ajena y sin embargo, de alguna manera, siempre reconfortante. Mis noches se iban al dominio del inconsciente con la premisa de la esperanza estampada en las espaldas, siempre intentando convencerme, me parece, de que lo que soñara, por feliz que fuese, podía hacerse realidad.

Pero claro que no.

Como siempre en cualquier proceso vital consciente se presenta la oportunidad de cesar la propia existencia y la pequeña diatriba que lo acompaña: terminar con todo implica también perderlo todo; esto es, no hay posibilidad de volver a ningún lado. He vuelto a soñar con esas vidas ajenas, ah, las ilusiones tienen nombres y apellidos, lamentablemente. Y ahora no pienso o, para decirlo mejor, no sé qué es lo que pienso. Quiero, dos veces, pero a la vez me retracto de tener cualquier voluntad. Ni siquiera presupongo la fuerza de la inercia, gajes del oficio; y es que la realidad, cuando se es innombrable, tiende a reducirse a una sola mezcla de percepciones enrarecidas por la cotidianidad y su imposibilidad para lo extraordinario cuando se está solo.

Por ahí debe estar el asunto del revolver, volver a buscar algo que se quedó, la palabra justa para nombrar el estado reconocido del ser... Lo humano parece, en este sentido, terminar definiéndose con el concepto de complicidad. Últimamente he tenido muchas pesadillas.