jueves, 15 de julio de 2010

No sabe / No contesta

Ya tenía hechos los corpus y ya se había habituado a la cara flaca pero simplona del escritor bien remunerado. Ahora quedaban los malditos marcos. Cortázar, en el fondo, enumeraba las cosas que podían caber en la alegría. La mujer se acercó por detrás. Otra vez el querer morirse y luego horror del invariable, exquisito, sin matizar.

Dejó los corpus encima de la mesa: quería que aquello constara en sus registros. Con las manos acercó los labios de ella a los suyos y gritó, como siempre lo hacía, la oración rápida, la primera de todas las que había oido. Algo de codos, algo de tierra y camisones en los que se podía pescar: nunca se entendía bien porque él arrastraba las palabras por hábito.

Con los párpados fuertemente cerrados, la mujer preguntó, igual que todas las noches, si se iban a sudar el terror a la cama, que, después de todo - y movía la lengua como reconociendo el monstruo al que articularía, una vez más, vaginalmente, como una pitonisa - para esto no hay solución, sólo hay consuelo ¿No?

Como todas las noches, ambos cogieron callados y durmieron poco. La dicha conyugal se había instalado en ellos.

sábado, 6 de marzo de 2010

Una nutria

Mi nariz es el fidedigno espacio
de la depravación, de la prohibición cotidiana

:

No te separes.
Dice: en la línea, camina por
las calles como los niños, sin pisar la norma.

¿Cómo descubrir o descubrir o desescribir
(Dios mío) desesperar los niños,
las palomas, las burbujas de jabón
sobre la piel morena de la madre.

Mi madre está prohibida
y tiene
en las manos
sólo sus manos.

lunes, 22 de febrero de 2010

Fumo sobre mi cultura I

Anoche encontré un viejo entre mis piernas. El viejo quería sexo anal y yo le decía que no, que el mundo va hacia afuera siempre y que adentro no había sino escoria, que lo que importa es la piel. El viejo no escuchó y me penetró algo más de seis veces mostrándome, mientras tanto, su boca sin dientes.

La cama chilló algo más de seis veces y yo procuré callarme las mismas. Cuando me cansaba de ver los huecos entre los dientes, me imaginaba que yo era agua y tierra sequísima, me imaginaba los grandes cuadros, como ojos, que pintaba el loco frente al conservatorio: La libertad con pintadedos. El viejo, podía decirse, estaba cantando. Algo así me imaginaba. Afuera el aire estaba fresquísimo. Las pantaletas, bien hechas para quitar con facilidad, estaban guindadas en un cordel y parecían saludar a las cosas del domingo, declamando Nerudeces: "Siempre, siempre te alejas en las tardes hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas."

El viejo llevaba en una mano una manzana que era casi nieve; en la otra tenía una planchita de juguete oxidada por la saliva. El viejo detuvo la pelvis y yo me aseguré de tocarlo poco, su boca había quedado momentaneamente deformada en la alegría del rictus. Yo me repetía en las hojas de los árboles que habían quedado afuera, tan abajo, entre los graznidos cuasi sordos del oeste. Besé al viejo y cogí su cartera. -La virulencia de aquel beso me dejó queriendo ir a sacarme unas radiografías-, le dije, no fuera que algo extraño hubiera quedado dentro de mi. Él se dejó hacer, ni protestar pudo cuando le di las gracias. El viejo se había quedado flotando sobre la cama que había sido mía hace tantos años.

Al salir me esperaban las manos de siempre, tonteando con sus cigarros mentolados. El techo de la caseta de vigilancia estaba incendiándose: nuestro querido cielo en llamas. Esperábamos poder ir a un concierto, comer un dulce, tomar un refresco: lo de siempre. Esperábamos sentirnos menos acaloradas. Yo no veía la hora de comprar la morfina e inyectarla dulcemente en mis nalgas.

- ¿Qué tal el viejo? Y el zumbido grave en los oídos.
- Sólo un sueño.

Todo era sepia.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Canción cotidiana

El ruido de la nevera
hace que me sangre la nariz.
Me hago la vida poeta.

Ya no sé si es decoración marina lo que hago
cada noche al mostrar
el ombligo a las masas.
Antes las cosas eran seguras:
decir mar era poder volar muy cerca de la tierra.

Tengo grandes amagos de ojos,
aliento frío en las mañanas,
polvillo de plata en la punta de los dedos.

Los flacos intentos de corazón
han dejado callar aun al horror.

Y en el amargo transcurrir
del opio bajo el lavamanos
quiero remedar la vida
con un lápiz entre las piernas.

lunes, 18 de enero de 2010

Baco enfermo

Cuando hay luz
detrás de las estrellas de cartón
brillante
las cosas son como
botellas rotas,
pérdidas rápidas.

No es gracia de leche caliente
o bravo hombre de libros y
rosas usadas lo que
invita a detenerse en las noches
de Caracas.

Las tronaderas de las aceras
llaman a los fieles al servicio cotidiano
de correrse de honestidad,
desdibujarse en amor.

Las cabezas contra el concreto
zumban como terrones de azucar
y callar nombra a la costa
rancia,
a la que se delata dulce.

La tristeza
con menos cuerpo que esperanza
mira caer
la luz bajo la tarde,
la sombra sobre la tierra
y el agua que corre pútrida
por las venas.

Y si la noche se opone
lucharemos contra ella
y haremos que nos obedezca.

martes, 8 de septiembre de 2009

Restas del mar

En la hora en la que estamos
cogiendo sólo con las manos,
sólo cogiendo, solos cogiendo
como quien siempre tiene sed,
llora el techo y comulgan los arcoiris,
las gallinas se ponen a declamar Elliot.

Verso
de ramas que se van derritiendo
sobre las calles.
Extensión de vidrio enfríado ya
por el tiempo exclusivo
de lo que puede volar.

El libro querido y las quimeras
se quedaron llenas de piel,
el nunca escrito lo cacareaba en la ventana
y lo celebraba en la bolsa de comida rápida
pudriéndose sin fe que la justificase.

Las piedras rezaban
y los ojos no cesaban de ser comidos
por las mujeres que peleaban con los cuervos.
Porque de noche
el azul no era nuestro:
Ácido,
el mar era ácido.

viernes, 14 de agosto de 2009

Revolver

Qué cosa más curiosa es quedarse de pronto sin nada qué decir. Agrada a la piel oir el pensamiento hecho palabra, la palabra escrita u oral, la hechura de realidad cuando lo que se expresa es el estado más próximo a aquel que es honesto y para el cuál no encuentro todavía la palabra justa al español.

Ser, como por casualidad, por error es estar un poco muerto. Parece estar un poco muerto. Es haber estado un poco muerto y tener ganas de vivir pero haber olvidado como llamar a las cosas vitales. El asunto verdaderamente importante es que, sin importar cuan innombrables nos sintamos siempre volvemos; hay un revolver que es necesario a toda cosa humana y está en la esencia de la caricia, del consuelo.

De pequeña, siempre antes de dormirme, inventaba historias de vidas alternas a la mía. Eran patrones de felicidad que venía del asco y del error, siempre extraordinaria, siempre ajena y sin embargo, de alguna manera, siempre reconfortante. Mis noches se iban al dominio del inconsciente con la premisa de la esperanza estampada en las espaldas, siempre intentando convencerme, me parece, de que lo que soñara, por feliz que fuese, podía hacerse realidad.

Pero claro que no.

Como siempre en cualquier proceso vital consciente se presenta la oportunidad de cesar la propia existencia y la pequeña diatriba que lo acompaña: terminar con todo implica también perderlo todo; esto es, no hay posibilidad de volver a ningún lado. He vuelto a soñar con esas vidas ajenas, ah, las ilusiones tienen nombres y apellidos, lamentablemente. Y ahora no pienso o, para decirlo mejor, no sé qué es lo que pienso. Quiero, dos veces, pero a la vez me retracto de tener cualquier voluntad. Ni siquiera presupongo la fuerza de la inercia, gajes del oficio; y es que la realidad, cuando se es innombrable, tiende a reducirse a una sola mezcla de percepciones enrarecidas por la cotidianidad y su imposibilidad para lo extraordinario cuando se está solo.

Por ahí debe estar el asunto del revolver, volver a buscar algo que se quedó, la palabra justa para nombrar el estado reconocido del ser... Lo humano parece, en este sentido, terminar definiéndose con el concepto de complicidad. Últimamente he tenido muchas pesadillas.