jueves, 15 de julio de 2010

No sabe / No contesta

Ya tenía hechos los corpus y ya se había habituado a la cara flaca pero simplona del escritor bien remunerado. Ahora quedaban los malditos marcos. Cortázar, en el fondo, enumeraba las cosas que podían caber en la alegría. La mujer se acercó por detrás. Otra vez el querer morirse y luego horror del invariable, exquisito, sin matizar.

Dejó los corpus encima de la mesa: quería que aquello constara en sus registros. Con las manos acercó los labios de ella a los suyos y gritó, como siempre lo hacía, la oración rápida, la primera de todas las que había oido. Algo de codos, algo de tierra y camisones en los que se podía pescar: nunca se entendía bien porque él arrastraba las palabras por hábito.

Con los párpados fuertemente cerrados, la mujer preguntó, igual que todas las noches, si se iban a sudar el terror a la cama, que, después de todo - y movía la lengua como reconociendo el monstruo al que articularía, una vez más, vaginalmente, como una pitonisa - para esto no hay solución, sólo hay consuelo ¿No?

Como todas las noches, ambos cogieron callados y durmieron poco. La dicha conyugal se había instalado en ellos.