martes, 8 de septiembre de 2009

Restas del mar

En la hora en la que estamos
cogiendo sólo con las manos,
sólo cogiendo, solos cogiendo
como quien siempre tiene sed,
llora el techo y comulgan los arcoiris,
las gallinas se ponen a declamar Elliot.

Verso
de ramas que se van derritiendo
sobre las calles.
Extensión de vidrio enfríado ya
por el tiempo exclusivo
de lo que puede volar.

El libro querido y las quimeras
se quedaron llenas de piel,
el nunca escrito lo cacareaba en la ventana
y lo celebraba en la bolsa de comida rápida
pudriéndose sin fe que la justificase.

Las piedras rezaban
y los ojos no cesaban de ser comidos
por las mujeres que peleaban con los cuervos.
Porque de noche
el azul no era nuestro:
Ácido,
el mar era ácido.