
Dejó los corpus encima de la mesa: quería que aquello constara en sus registros. Con las manos acercó los labios de ella a los suyos y gritó, como siempre lo hacía, la oración rápida, la primera de todas las que había oido. Algo de codos, algo de tierra y camisones en los que se podía pescar: nunca se entendía bien porque él arrastraba las palabras por hábito.
Con los párpados fuertemente cerrados, la mujer preguntó, igual que todas las noches, si se iban a sudar el terror a la cama, que, después de todo - y movía la lengua como reconociendo el monstruo al que articularía, una vez más, vaginalmente, como una pitonisa - para esto no hay solución, sólo hay consuelo ¿No?
Como todas las noches, ambos cogieron callados y durmieron poco. La dicha conyugal se había instalado en ellos.