martes, 9 de diciembre de 2008

Aquí nada más, latiendo.

Darle a la lata, dar la lata, latear(se), delatar, enlatar, latero, latir, latido, latencia. Me han dicho, qué cosa más extraña, que en algunas partes de este país cuando un perro ladra se dice que "late". Y calla a ese perro que tanto latido me tiene loco. Y dice el otro: "pero es que es lógico, cuando el perro ladra, late". Como el condenado sapo y la niñita pelirroja que en lugar de ponerse a latir como es debido, anda allí con un hip-o de lo más angustioso. Dificultad breve al respirar. Nada. Lat. Let. Lit. Lot. Lut. Y todos los derivados de estos morfemas, en cualquier idioma, son peripecias lingüísticas, cosa estúpida, encadenar signos uno tras otro para... Para algo será. Dice Juan Pablo que si no hay carencia no hay poesía, donde no hay poeta aquello está todo perfecto, un poeta útil para algo que no sea quejarse ¿dónde se ha visto a ese aberrado?. Yo suelo salir de esa clase con unas pulsiones sexuales un poco raras, pero muy intensas, muy honestas. Lo honesto en las noches de escuela parece vincularse fuertemente al cuerpo. Carencia y cuerpo llevan un mismo nombre en mi boca, lastimosamente. Él, que no late, parece sólo mediodía, aunque se presume el ritmo en la audición silenciosa, como de noche, de cosa oscura: Audivit quae no licet homini loqui. Y la Gloria suele resumirse en él. En esperar un abrazo al salir de clase, en llorar por el callar prolongado y los ratos enrarecidos de descompañías. Así él es también carencia, es una ausencia, es toda una cultura. También es el grandioso "Bah" dibujado en el cielo y la risita molesta, es lo que duele de noche buscando donde guardar lo que no se puede decir. Me quejo, me quejo, da igual. Llegará el punto en que pongamos los días sobre las enes. Dd.

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