martes, 2 de diciembre de 2008

Hace mucho tiempo últimamente

La sucesión instantánea de lo que llamamos vida no me alcanza para hacer un ensayo. Preciso, pobre costumbre de verso, tengo que venir a pelear con mi espejo. Mímesis concluyente. No sé hacerme con mis textos porque, en realidad, estoy algo anacrónica últimamente. Las esdrújulas me tienden trapos ya verdes de tanto que les han llorado y me despiden. Las graves son, naturalmente, más graves y las agudas sólo son bien crueles. No recuerdo haber comenzado a escribir ensayos. No cuerdo haber ensayado a reescribir comienzos. Porque el tiempo se puso a saltar el avioncito, la dichosa rayuela. Me veo desde atrás, como un tejido de quien espera. Estornudo, estornudo: casi se acaba la espera. Angst: Nada, nada en absoluto... Y la puerta tan estrecha, yo pensaba que estaba doblada. Siempre hubo puerta. Reiteración de la realidad: dos puertas que son la misma pero sirve una para entrar y la otra para salir. Los motivos perderán su sentido. Yo estoy quietecita entre las pausas, casi vidrios, me hago a la idea de la arena cristalina y Rafael susurra que no hay misterio, que el tiempo es Ella sobre la arena. Está cansada de espera(nza)r. El ensayo que no hago se llama "Ley de muerte". El ensayo, que no brota como cansino pétalo continente, trata sobre la vida llegando a su fin. Quiero desdibujar una frustración y no puedo, necesito hablar de la soledad y no puedo, porque para hablar (¡incluso para hablar solo!) se necesitan dos: uno que emite y otro que recibe: fundamental en el lenguaje esa otredad callada que asiente. Sin eso las cosas no existen, no tienen razón de existir. Hablar de la inminencia de la muerte es comentar un significante sin significado. Ella, que se queda tranquila sobre la arena, no sabe cómo acercarse. Mañana habrá una hoja de papel esperándome, como diciéndome: Raspa, paras. Te(eee)rror, terror. Hay una gentilidad que vive aun estando bien cerca de la muerte y hace, mide tempos con los pies. Supongo: un, dos, tres. Tap tipi tap tup. Y con aquella gracia traen al otro a colación: llegaste al hogar. ¿Cuál era la ley? Morir, ciclocidad, llegar, cumplir. ¿Hamartia es la Cosa? No, la Cosa es la de Gelman, luego la busco, no me olvido. ¿O si? Hoja de papel arrugada, intencionalmente dejamos de planchar la camisa y es un hecho social, no más calorcito mañanero, no más recuerdo de Casa. Malditos comienzos, palabras fértiles, ni me acuerdo ya qué es lo que paren, paran, paras, raspa. Correr a través del bosque huyendo de la noche prematura. Defenderse, ser fiero, aferrarse a la vida. Versar sobre la vida. Recorrer el recuerdo, hacer de la corredera una cuerda, una vez más, aferrarse, detenerse, atarse y hacerse a la idea de llegar a alguna parte, serenamente, pensando en que no eres ni el primero ni el último en hacerlo pero que sólo por poder contarlo eres una especie de héroe. Orden de los princesudos traseros esperanzados. La Ley es morir pero morir habiendo vivido, la ley es que, una vez solo y con la muerte lamiéndote los dedos de los pies, puedas sentir que sí, que últimamente hace mucho tiempo detrás de ti y seas capaz de dejarte, dulcemente, comer por los lobos. Pero siempre solo, cuando notas que ya no tienes cómo hablarte a ti mismo. ¿Para qué existir solamente solo? Buenamente, existe la literatura para trascendernos, si no, ensalada de loto y cura de tiempo. Que lastimosa inmortalidad de pocos pechos la que anhelamos. Mañana está casi aquí, qué premura. Casi creo que no escribiré nada.
Dd.

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