domingo, 26 de abril de 2009

Resta uno más uno

- En realidad no sé mucho de matemáticas - pareció decir con sorna mientras se acomodaba.

- Es fácil - respondió ella, arrojando el cigarro a medio consumir sobre las matas muy verdes que crecían frente a la biblioteca - Uno más uno casi siempre da uno. Y los números a partir del cuatro comienzan a desarrollar una bondad rara. Ya no es uno, ni dos, ni el fatídico tres; ahora el plural comienza sinceramente a hacerse notar y hay una comodidad lógica e infalible: entre más unidades existan, menos se nota la carencia de alguna de ellas.

- Entiendo - torció él divertido - ¿Quieres algo de beber?

- Sí, por favor, algo para tomarme las píldoras estas del demonio. La sed no se acaba, una coca bien heladita estaría bien.

- ¿Estás segura de que no hacen daño esas pastillas? - preguntó con un dejo de preocupación.

- Nene, todo es relativo - respondió ella con media sonrisa y sacando otro cigarro de la caja amarilla que cargaba para todos lados - en este punto, luego de saber que soy un desperdicio de tiempo - titubeó - o del tiempo, lo peor que puede pasarme es que no vuelva a abrazarme. O que al tirar del gatillo pueda sentir la bala haciéndome cosquillas en el paladar.

- Sabes que no tienes por qué hacerlo. ¿Verdad que lo sabes?

- Sí - se dijo ella - ya lo sé. Pero estoy sola, terriblemente sola y ya no... En fin, la verdad es que sólo estoy muy, muy cansada... Sabes que lo que hago...

- Sé que me amas. - terminó él.

Entonces Ella cogió las píldoras y se las tragó sin contarlas. Comenzó a acariciar su vientre, luego se frotó las manos, los dedos que se le entumecían por momentos. Había comenzado a sentir cómo ardía su estómago y recordaba, como entristecida, a la jirafa que cuando le preguntaban que si la que tenía era su mejor sonrisa, ella respondía que eran gases.

Se demoró un poco más en el vientre. Luego siguió hacia arriba, obviando estereotípicamente los senos todavía frescos, se tocó la parte de atrás del cuello un momento y llegó a los labios. A Ella le hubiera gustado que sus lágrimas fueran un poco más frías. Debían ser cinco o cinco y media de la tarde y la noche se insinuaba, una vez más entre rosa y naranja. Recordó la película del sueño, se llamaba Cercajana. Odiaba la película del sueño.

El vientre pareció explotar en pánico y ella pudo sentir, además de ver, cómo se escapaba un hilito de sangre bajo sus piernas. El dolor debió haber sido atroz pero ella terminó de fumar la mitad del nuevo cigarrillo, se encogió sobre sí, tomó el morral y la cajita y arrojó todo sobre las matas.

- Uno más uno... - susurró - El gran problema del mundo es que no sabemos lo que estamos diciendo.

Hubo un disparo y comenzó a lloviznar despacito. Cerca, seguramente, alguien acababa de arrojar por enésima vez el violín en la silla que daba a la ventana.

Dd.

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