miércoles, 19 de noviembre de 2008

Cultura de carencias

Dice: "¿Y por qué te llaman Quiero.Quiero?" Y ella responde: "Era lo único que sabía decir cuando llegué aquí". Porque eres puta te amo, porque eres incapaz de contarnos lo que te pasa cuando estás sola, frágil, chirriquitita con tu pared. Cómo lloras porque esa pared no pueda abrazarte. Qué aburrido, qué voltereta temporal; si hasta parece que eres la misma de hace unos años, cuando te lamentabas en Cortázar de tu mala estrella, la que te había confiado a la conciencia pobre, a la soledad demasiado colmada por el patetismo. Pero no es así. Hoy puedes contarnos lo que ocurrió. Pequeño relato: Era catorce de febrero, fecha temida. Era catorce de febrero y una semana antes habían pasado las listas estupendas para anotar si querías enviar rosas rojas o rosas negras a la persona querida. Había muchas equis en esa hoja, yo puse dos: una para Irene, la otra para Jenny. Había también otras chicas que no quisieron perder el tino del dinero fácil que casi podías exprimir de los obsequios bien melosos. Sí. Vendían brownies y yo compré tres: uno para Gabriel, otro para Irene, otro para las mismas chicas que los vendían, después de todo, siempre hubo el dinero que nadie se gastó en un cine o en un helado. Qué importaba. Era de nuevo catorce de febrero. Yo tenía dos o tres amigos. Dos o tres. Yo sabía quiénes eran. Yo quería un regalo, no era nada costoso una flor. No. Nunca había tenido una flor como no fuera que la comprara yo y para darle colorcito, carnita, mintiera diciendo que me la habían regalado. Las muchachas de las rosas, vestidas con alitas, habían pedido permiso en clase por ser aquel día en particular y andaban revoloteando. Recuerdo bien que mi salón se llenó de flores. Hubo una muchacha que compró rosas para cada uno de mis compañeros, exceptuándonos diestramente a Irene y a mí. Irene recibió mis regalos, recibió otros también. Jenny igual. Rosas, rosas y rosas. Y yo allí, con toda mi sed de esos últimos días, queriendo que con cada atisbo de alita viniera un: ¿Susana? Mira, ésta es para ti. Pero no llegaba y yo dejé de esperar, tristemente, me hice a la idea de que no habría, tampoco este año, ni un coquito, ni un caramelín. Y entonces llegó: era preciosa, casi estaba marchita. La chica llegó cuando estaba sola rumiando mi soledad absurda en el salón vacío por recreos varios. Y la Rosa, rosa roja, besadita, trocadita en su idea de felicidad mortal tenía una tarjeta en la que ponía: "Para Susana. De Alejandro. Te quiero!!" Y yo pensaba que sería Alejandro, ese, el que había querido ser amigo, el que había asqueado tanto cuando quiso ser mi dichosísimo novio. Y me contenté. Atornillé la sonrisa porque todo iba bien. Recuerdo que coloqué a la pequeña alegría en una botellita con agua, para que muriera más lento y salí a lo que restaba del recreo. Oh, si es que el Sol hasta brillaba. Vi a Gabriel atontado con su brownie, sin saber bien de dónde había salido. Me vi a mí misma. Qué cosa más curiosa. Casi un mes de asco y tristeza fluidos en tres pétalos tristes. Y volvimos a clase. Y estábamos felices de nuevo. Y llegó el mismo angelito que me había traído mi Rosa con cara de muerto. Digo, llegó el angelito y me dice: "Susy, no sé cómo decirte esto pero esa Rosa no es tuya, es de otra Susana. Necesito que me la devuelvas." ¡Nop! Aun no sé cómo contarlo bien. Aún no sé cómo decir sin morirme un poco cómo saqué la rosa de la botella y pedí disculpas por haberle quitado unos pétalos. No sé decir qué cara habré lucido entonces de tan terrible talante, de tristeza tan cansada, que Jenny se me acercó y me dió una de sus cinco rosas, quizá la que yo había escogido para ella. No sé todavía cómo decirlo porque no, no tuve nunca la maldita rosa. Cultura de carencias: no puedo hablar de aquello que no he tenido, así pues participo de la idea del silencio generacional que nos oprime el pecho. Sólo sé decir que tengo una carencia y sí, para evitar confusiones de aquella índole, mejor llámenme Quiero.Quiero, me define mejor. O Mel. Sí. O Angst, Panique, Lamia, Anna, Eva, Delilah... Como sea. Igual nunca será mío un nombre y mi misticismo tonto de querer ser una Cosa digna de tres veces atención pasará desapercibido y todos cómodos, aunque tristes. Insisto, nos importa porque existe, pero si no se puede nombrar, si la pared es lo único que abraza y lo único que se entera cuando lloras, si al final habrá otro nombre tachando el tuyo... ¿Por qué? Ah, por Ella, dulce carencia: Quiero Blanca de Esperanza, dulce María. Loto literario.

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