viernes, 14 de noviembre de 2008

Pwrrrt

Tengo un compañero que cuando quiere hacer pupú dice que tiene que hacer del cuerpo. Tengo otros que hablan de hechuras de cuerpo; otros ta(o)ntos que sugieren que, como que somos humanos, el cuerpo no nos define ni marca lo que somos y, por lo tanto, hacer cuerpo es un atentado absurdo a la conformación de todos nosotros: la belleza va por dentro, dicen.

Todos admiten, no obstante, que hay cosas bellas y feas con respecto a los diversos hechos que llamamos cuerpo, o cuerpo psíquico, cuando dicen que va por dentro. Dice Daniel Guevara que ambas categorías vienen siendo, esencialmente, motivos. Algo que nos conmueve agradablemente en el caso de lo bello, y desagradablemente cuando es lo feo lo que muestra la cara. Ojo, nos con-mueve. Nunca estaremos solos en esto de acercarnos a los juicios de valor.

Ahora bien, creemos en un bonito dilema, por demás muy actual: ser incapaz de distinguir lo desagradable de lo agradable. Se insinúa la reflexión a partir del hecho de que todos consideren algo como bello y que a ti ni pum, ni pam. Ni bello ni feo. Y que luego te enamores de los brazos de una mujer e imagines tu vida medida por su contemplación, en tanto el resto del mundo ve quién sabe qué próxima dentera en un cuello rugoso, en manos que callan (¿se dice así a tener callos de mucho trabajar?). La ambigüedad del asunto es terrible. De alguna forma, es maravilloso desligarse del juicio cansado de la razón y entregarse a la conmoción sola y decir que ni cuerpo ni cuerpo son absolutamente bellos ni absolutamente feos, depende de quién lo vea y se acabó, adiós importancia.

Pero las hechuras de cuerpo humanas son bien particulares. Parece que no admitieran que una piel, que unos brazos y un cuello quedaran solamente en cáscara muerta, al menos en lo conceptual. Todos los que han caminado y han rozado sin pensarlo la pared con sus manos pueden tener la certeza terrible de que su cuerpo se acercó con todas sus facultades a hacer conciencia de si mismo mediante el roce. Cosa extraña, parece que somos bien duales y que, además, estamos a destiempo con nosotros mismos.

"Viéndolo bien el sapo es todo corazón." Qué viéndolo bien ni que lector muerto, es cuestión, oh sorpresa, de no temer usar los ojos. El sapo late completo porque su cuerpo es, precisamente, él. Arreola le comenta acerca de su naturaleza fea como acusándolo: lamentable crisálida, ninguna metamorfósis, cualidad de espejo. Y entonces también nosotros, en tanto reflejados, somos puro corazón, aunque no estemos siempre conscientes de ello, que no lo veamos. El cuerpo se mueve según una rítmica concreta que acelera o desacelera según el carácter, siempre temporal, que nos domine. Que no escuchemos cómo el propio cuerpo se corresponde con el confuso nudete de racionalidad es otro asunto del que habrá que ocuparse luego, más abajo en la espiral. Por ahora la tareasubir el volumen de la música hasta que distorsione la melodía popularosa y queden los bajos, la clave segunda, lo visceral en los tonos graves y que por lo general pasan desapercibidos. Bum- bum. Somos latido. Hacemos latido. Lo que encontramos allí abajo en lo ventral es pánico, es conmovedor pero es otra de esas dulces dudas: feo o bonito. En realidad sólo sorprende, sólo asusta. Y, hablando desde lo más honesto, es lo inesperado lo que nos rescata todo el tiempo de nosotros mismos y nuestras tonterías semióticas.

¡Bu! Llegó la realidad en un baño, sapo hediondo que nace de nosotros y que somos nosotros en el reflejo, en nuestra derivación abstracta de nosotros mismos. Dependiendo de con qué ojos nos estemos viendo en ese momento nos pareceremos bonitos o feos. Ojitos de amor u ojitos de odio, como quién dice, pero siempre más de un ojo, por favor. Porque no tiene chiste hacerse a la idea del cuerpo si no hay quien se acerque a él buscándose a sí mismo. Es a partir de la otredad que se nos dice que, aunque lo intentemos, no nos transformamos en cosa distinta de lo que somos y que aprender a nombrar lo feo o lo bello no depende de lo que somos sino de cuán dispuestos estemos a someternos a juicio nosotros mismos, con nuestras verguenzas y orgullos, fenomenales por entero. ¿Y luego? A re-crear desde lo espantoso. Mi amigo se parará de la po(c)eta y me dirá con orgullo que ha hecho un buen y genuino cuerpo. La vida comenzará a sonar en pedissimo...

Dd.

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